lunes, 7 de enero de 2008

CRÓNICA: Preuniversitaria

Por Inés, desde Lima.


Hola. Me llamo Inés, tengo 16 años y el año pasado terminé el colegio.

Como muchos jóvenes que ya concluyeron sus estudios escolares, me estoy preparando para dar el examen de ingreso a una universidad. Pienso postular a la PUCP (Pontificia Universidad Católica del Perú), que me parece una de las mejores entre las particulares de Lima. ¿Qué carrera? Arquitectura.

Indecisa por naturaleza, durante mucho tiempo pensé que quería ser psiquiatra, pintora, musicóloga, etc.… También pensé en Medicina, lamentablemente, muchas de las prácticas que todo médico debe saber hacer me ponen nerviosa y mis padres se encargaron de ahuyentar mi sueño de ser artista.

En fin, hace unos días me inscribí en una academia llamada “Pamer” para lograr el objetivo de ingresar a la Católica. Ya que el examen de admisión es el 24 de Febrero, las clases iniciaron el 2 de Enero. ¡Dos de Enero! ¡Imagínense!

Llegué al local con el desgano comprensible de cualquier adolescente que va a estudiar en vez de pasar unas agradables vacaciones. En un panel estaba la relación de alumnos y había una señorita que se encargaba de orientar a los nuevos

- Te toca en el salón David, en el segundo piso.

“¿Salón David?” – pensé sin saber lo que me esperaba ese primer día en la “pre”. Debía ser en honor a alguien. Incluso se me ocurrió que las aulas llevaban nombres de personajes ilustres, o tal vez se trataba del David que aparece en la Biblia. Tenía sentido, sobre todo si tomaba en cuenta el religioso significado de las siglas PUCP.

Todo eso pensaba mientras subía las escaleras hacia mi destino. Pero no encontré placas con nombres inscritos en las puertas de los salones, sino los números que aparecen en ellas comúnmente. Por lo general prefiero hacer las cosas por mi cuenta, pero al escuchar el timbre me alarmé y le pregunté a un muchacho que se encontraba, al parecer, dando informes dónde quedaba el misterioso salón David. Con un entusiasmo inusual me dijo que era justo el que se encontraba frente a nosotros. Así que, tratando de devolverle sin éxito una sonrisa, entré al aula.

Maldita sea. ¡Carpetas para dos personas! Conduje mi cuerpo postescolar, recientemente académico y preuniversitario hacia la parte posterior del gran paralelepípedo de paredes amarillas que era el salón para sentarme en una esquina. Algo incómoda por pasar ese trayecto en el que toda la gente mira a la nueva personita que acaba de llegar, pero con la esperanza de que no sería un día tan malo, caminé lo más rápido que pude hacia aquel privilegiado lugar.

Al poco rato de haberme instalado muy cómodamente en mi carpeta, una chica vino a sentarse a mi lado, arruinando mi privacidad. Yo empezaba a sentir interminables esos segundos en los que se tiene a una persona desconocida justo al costado. De pronto, sonó nuevamente el timbre.

Un muchacho con un entusiasmo inusual irrumpió en el aula. ¿Adivinaron? Aquel mismo muchacho que me indicó dónde quedaba mi salón.

- ¡Buenos días, señores! – prácticamente gritó, como si se tratase de un militar esperando la respuesta de los cadetes.

- ¡Buenos días, señores! – repitió enérgicamente, obligándonos a darle los buenos días. Una vez satisfecha aquella necesidad espiritual suya de sentirse todo un líder, sus ánimos se calmaron, provocando también nuestro alivio. – Mi nombre es David, yo soy su tutor.

Plop. Comencé a entender las cosas… El sobrexcitado tutor explicó cómo funcionaba el “sistema Pamer”. Mencionó, por citar algunos ejemplos, la importancia del EMO (Eficacia – Motivación – Orientación) para la academia y los resultados de ciclos previos que hubo para rendir el POP (examen de Primera Opción).

Pero eso no fue todo. En el transcurso del día me di cuenta de que todos los profesores parecían haber sido capacitados para enseñar y a la vez hacerse los payasos. Está bien hacer una bromita de vez en cuando, pero mucho cansa. Y más aún si todos repiten lo mismo…

Sólo espero que las cosas mejoren. Después de todo, debo lidiar con las rarezas de aquella academia durante ocho semanas aproximadamente, y más vale que me acostumbre. No quisiera ser preuniversitaria indefinidamente, no quisiera convertirme en una postulante recurrente ni mucho menos volver a Pamer en Marzo.

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